El Convento

La casa del Obispo y los artesanos

La obra del primer obispo de América y el arte de un pueblo que intenta sobresalir en las faldas de un volcán vuelven a darle vida a la casa donde residió Francisco Marroquín hace casi cinco siglos. Dos épocas reunidas en un museo que acaba de abrir sus puertas en esta pequeña aldea de la Antigua Guatemala.

“¡Eso es un mugrero, Madre, no lo reciba!”, le espetó sor Adriana Giraldo a la superiora de la Congregación de Bethania, cuando en 1975 el obispo Mario Casariego les pidió que asumieran la custodia del desvencijado palacio de San Juan del Obispo, en Antigua Guatemala.

Más de cuatro siglos habían pasado sobre el edificio donde Francisco Marroquín construyó su casa de descanso en 1547. Los terremotos de 1773 le habían causado graves estragos al palacete y, aunque el arzobispo Mariano Rossell y Arellano pasó dos décadas reconstruyéndolo, el frío y la humedad habían espantado a los franciscanos que lo resguardaban. Tan solo una familia de lugareños había quedado a cargo de los aposentos, casi ruinosos, del que fue el primer obispo consagrado en América y el protector y evangelizador de los indígenas.

“Va a ver qué bonito lo ponemos todo”, le aseguró la superiora a sor Adriana. Había que descombrar los patios y las enmohecidas paredes. Los muebles estaban embodegados. Algunas imágenes estaban arrinconadas en el suelo y otras, resquebrajadas. Con excepción de la esplendorosa vista hacia la que fue la segunda capitanía general de Guatemala (actualmente Ciudad Vieja, Sacatepéquez), todo era un desastre.

Sor Adriana no asintió ni insistió. El palacio, al final de cuentas, no tenía que ver con ella. O eso creía. En 1990, para su sorpresa, fue designada como la nueva administradora del palacio, junto con tres hermanas más.

La superiora de la congregación de Bethania le había solicitado permiso al arzobispo de Guatemala para convertir el edificio de San Juan en una casa de retiros. Las numerosas habitaciones permitirían hospedar hasta 60 personas a la vez, expuso, y el pago del hospedaje ayudaría a costear los onerosos gastos de mantenimiento de la construcción de más de 4 mil 600 metros cuadrados.

El prelado autorizó y las cuatro hermanas viajaron a Sacatepéquez para custodiar el edificio en esa pequeña aldea de la Antigua Guatemala, más conocida por su producción de carnosos nísperos y coloridas artesanías.

Cuando sor Adriana llegó a San Juan el edificio lucía mejor que 16 años atrás, pero requería de varias reparaciones que con el tiempo se volvieron urgentes. “¡Sor! ¿Ya vio que tienen un hoyo en el techo?”, le gritaron un día desde arriba de la iglesia. La madera podrida que cubría lo que fue la habitación de Monseñor Rossell se había hundido y estaba a punto de desplomarse.

La hermana Adriana Giraldo se convirtió en una decidida pedigüeña de ayuda para remozar el recinto que ya quería como suyo. Y así pasó seis años, sin éxito, hasta que conoció a la Fundación G&T Continental. No solo consiguió el techo, sino la creación del museo y de un espacio para exhibir las artesanías para que el turista apreciara el talento local.

El proyecto, sin embargo, debía consensuarse entre la comunidad. Desde la llegada de las hermanas de Bethania, los sanjuaneros habían celado la presencia de las religiosas e intentado expulsarlas.

Rodrigo Gómez, miembro del Consejo Comunitario de Desarrollo, fue uno de quienes mediaron con el pueblo. Con las pláticas también surgió la necesidad de rescatar la historia de San Juan, una aldea que se fundó en la periferia de la metrópoli del Valle de Almolonga con gente de confianza del obispo Marroquín para dotar de recurso humano a la capitanía general.

El proyecto de la Fundación G&T Continental arrancó en abril de 2006 y se inauguró en noviembre pasado. Con la autorización de monseñor Rodolfo cardenal Quezada Toruño y la colaboración del Consejo de Protección de la Antigua Guatemala y la aldea de San Juan, la reposada casa de Francisco Marroquín volvió a tener vida.

Fue un trabajo en conjunto. La empresa constructora Aicsa se encargó del cambio del techo y de la iluminación interna de los claustros y la limpieza del exterior del edificio. Otras firmas, como Vidriera Guatemalteca, Vivero La Escalonia, Celasa, Inelsa, Duwest Inc., Farmacias de la Comunidad, Grupo Los Tres, la Fundación G&T Continental y las universidades Francisco Marroquín y Mesoamericana, hicieron el resto del remozamiento y del estudio histórico.

Un paseo entre dos mundos

El ingreso al museo es por el claustro mayor, el cual sigue funcionando como casa de retiros y cuya construcción comenzó monseñor Rossell y finalizó monseñor Casariego.

A lo largo del pasillo se encuentran las cédulas informativas de la vida y obra del obispo Marroquín, el precursor de la universidad en el país y uno de los fundadores de la tercera capitanía, actualmente la Antigua Guatemala. También se aprecia el trabajo de los artesanos del pueblo en los escudos de los obispos, tallados en madera y hierro forjado.

Los corredores conducen al claustro menor, el más antiguo y reconstruido por Rossell, donde se encuentra la exposición permanente de pinturas, esculturas, fragmentos de retablos y mobiliario de la época colonial.

La segunda parte del museo es la sala en que se muestra la diversidad de artesanías que se producen en la aldea.

Es un salón con iluminadas vitrinas en las que se exhiben obras en plata y hierro forjado, joyas, dulces, chocolate (que precia de ser el más rico del país), nísperos envasados, adornos con semillas y de madera, tejidos, canastos, bolsos, cerámica pintada, bordados y tarjetas hechos a mano, entre otras muestras. En esta exposición viva accedieron a participar 25 de los más de 50 artesanos del pueblo.

San Juan del Obispo es una aldea de 5 mil habitantes. Luego del traslado de la ciudad del Valle Panchoy (Antigua Guatemala) al Valle de la Ermita (actual capital), debido a los terremotos de 1773, el pueblo se quedó parcialmente abandonado y su crecimiento poblacional ha sido lento.

De ser una comunidad agrícola pasó a dedicarse a la artesanía, carpintería, sastrería y albañilería. También exporta fuerza de trabajo, lo que lo ha convertido en un “pueblo dormitorio”.

El deseo de la comunidad de rescatar su patrimonio arquitectónico y su historia va de la mano con el interés de mostrarse como un destino turístico. Su museo, que da a conocer de dónde vienen, quiénes son y cuáles son sus talentos, ha sido el primer paso.

Reportaje:Paola Hurtado
Fotografía: Juan Carlos Torres
El Periodico